AMOROFOBICO

sábado, 2 de abril de 2011

MARGARITA

Llevaba dos semanas trabajando en las máquinas tragamonedas y ya conocía a toda la fauna que frecuenta esos locales. El mayor porcentaje de los apostadores son mujeres mayores de cuarenta con hijos menos dependientes de sus madres, cosa que les deja el tiempo suficiente para ir a perderlo en tales pasatiempos. El local contaba con dos tipos de máquinas; estaban las pinball, que son parecidas a los antiguos fliper y las tragamonedas tipo casino, que eran las preferidas por la mayoría de los clientes.
Fue en el local de tragamonedas donde conocí a Margarita,  una morena ni muy gorda ni muy flaca, de risa fácil, mostraba su blanca dentadura cada vez que la maquina le daba un premio y cuando sonaba la música característica de que había ganado un bono, ella se lanzaba a cantar y bailar la canción sin ningún tipo de inhibición. Su cabello era de color negro azabache y lo llevaba siempre tomado con una cola de caballo, regularmente vestía jeans bien ajustados y poleras con prominente escote, dejando a la vista un perturbador tatuaje con el símbolo de la revista playboy, ese del conejito. De todas las apostadoras y apostadores que llegaban al local ella era con la única que disfrutaba al verla jugar, su alegría era desbordante y contagiosa.
Entre cada cambio de monedas que ella hacía para las máquinas, aprovechaba yo de decirle alguna frase chistosa provocando su liviana risa al instante, aunque el chiste no haya sido de su completo gusto, creo que reía más bien por premiar mi esfuerzo.
No estaba enamorado de ella ni mucho menos, pero me pasaba que llegando a casa aún seguía en mi retina su imagen. Como que le estaba tomando una especie de cariño, pasa mucho cuando una persona nos da a saborear algo de azúcar después de haber estado bebiendo algún trago amargo.
Fue en septiembre cuando pasó esto, lo recuerdo bien por lo de las fiestas patrias. Habían abierto las fondas en el pueblo y toda la gente estaba en ellas. El local estaba vacío, durante el día habían entrado a lo sumo tres o cuatro apostadores de menor monta. Tomé el celular y llamé a mi jefe, la orden fue de cerrar en una hora más si la cosa seguía igual, no era una buena idea mantener el gasto de energía eléctrica si no había clientes. Así que estaba en eso, esperando media hora más para poder cerrar e irme a casa a descansar, tal vez hasta dar una vuelta por las fondas si el ánimo acompañaba más tarde.
Margarita entró poco menos que corriendo, no la veía hacía por lo menos unos dos meses, había dejado de ir a jugar y personalmente creí que se había aburrido de perder dinero a causa de las nuevas programaciones de las maquinas (el dueño contrató por aquel entonces a un tipo que programaba las máquinas para que la gente perdiera más dinero del que ya perdía hasta entonces)
Se veía algo descolocada, con los gestos de quien está a punto de echar a llorar por alguna tragedia. Se acercó a mí y después de saludar, preguntó si podía usar el baño, tomé la llave de la caja y se la entregué. Pasaron más de veinte minutos y Margarita no daba señales de vida, imaginé que debía estar muy enferma así que baje la cortina del local y toque la puerta del baño, no obtuve ninguna respuesta, volví a golpear acercando mis oídos a la puerta. Aunque el sonido de las maquinas llenaba todo el ambiente, se podía escuchar con claridad que Margarita estaba llorando, asustado, le pregunte si podía ayudarla, me contestó que estaba bien y que me la dejara solo diez minutos más.
Fui hasta la caja y tomé el cuaderno de cuentas, el día había estado malísimo así que no me tomó más de cinco minutos cuadrar las ventas del día, en eso estaba cuando salió Margarita, tenía los ojos rojos por haber estado llorando.

-¿Qué le pasa Margarita? ¿Se siente bien? Si quiere le puedo acompañar hasta el consultorio, para mí no es problema
-Hay Eduardo, usted siempre tan amable. No se preocupe, no es nada
-¿Y porque estaba llorando? ¿Se puede saber el motivo?
-Bueno, le cuento pero si me deja jugar unas monedas.

Yo había apagado todas las maquinas antes de cuadrar la caja, así que tuvimos que encender una, la elección fue como es lógico de ella, prendió su “regalona”, una tragamonedas que estaba hasta el fondo del local, la de las frutillas. La máquina era fácil de jugar, se eligen el número de líneas al cual se les apostara para luego dar inicio a la tómbola, si el número de frutas es igual o mayor a tres iguales en una misma línea se gana y el monto de la suma ganada depende del tipo de fruta que salga. El nombre de frutilla lo recibe porque si salen tres de estas frutas la maquina da un bono especial y mientras suena una musiquilla de festival la máquina va dando premios cada vez que la tómbola coincide con las frutas que se eligen. Llevaba ya algunos meses trabajando en el local y aunque entendía a la perfección como se jugaba, nunca me había gustado hacerlo.
Margarita me pasó dos mil pesos, fui hasta la caja y saqué cuatro mil pesos en monedas, dos mil míos y los dos mil de ella, puse los cuatro turros de monedas sobre la máquina y mientras prendía un cigarro le dije

-Bien , es la primera vez que juego y como usted tiene buena suerte, le propongo que lo hagamos a medias, dos mil pesos ponemos cada uno, repartiremos las ganancias en partes iguales ¿Le parece bien?
-Me parece muy bien- me contestó con entusiasmo
-Y mientras jugamos me puede contar porque estaba llorando encerrada en el baño, la verdad me ha dejado bastante preocupado

Ella metió las primeras diez monedas de cien pesos en la máquina, y mientras daba inicio a la tómbola después de elegir la apuesta de tres líneas, comenzó a relatarme lo que le había sucedido. La verdad, el asunto era menos grave de lo que había imaginado en un principio.
Margarita venia de dar una vuelta por las ramadas junto con su familia y mientras paseaba viendo las ofertas se encontró de sorpresa con su marido, quien paseaba alegremente de la mano de una mujer mucho menor que ella, entre cómplices sonrisas y amurracos. Esa fue la razón de su llanto. Salió corriendo de ahí, sin que su esposo notara que ella lo había visto.

-No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, muchas amigas mías me habían contado que mis esposo me era infiel, pero jamás creí fuera verdad y ahora que lo he sorprendido con las manos en la masa, no supe reaccionar
-La entiendo, también me han jugado chueco y es lo peor –dije bajando la mirada, no es muy grato admitir que le han puesto los cuernos a uno, pero dada la situación, ameritaba la confidencia de aquel capitulo pasado de mi vida
-¿También le fue infiel su esposa?- preguntó ella dominada por la curiosidad
-Mi esposa no, fue una novia que tuve años atrás, íbamos a casarnos antes de que eso pasara
-¿Y que hizo cuando se enteró?
-Le pagué con la misma moneda
-¿También usted le fue infiel a ella?
-Sí, le puse los cuernos hasta con su hermana, una prima y su mejor amiga
-Debió ser bien cabezona para poner tanto cuerno- me dijo y acto seguido se mandó una risotada de esas típicas suyas que hacían vibrar hasta los vidrios de las tragamonedas, para después quedarse callada y pensativa por varios minutos.

El juego seguía. De cada cinco tiradas que hacia Margarita a lo menos una daba premio, aunque no eran premios altos, esto permitía seguir jugando sin necesidad de tocar los tres mil pesos restantes del monto inicial de la apuesta. Cada vez que se acertaba un premio ella me miraba con cara de satisfacción esperando la misma cara como respuesta de mi parte.
Habían pasado cerca de diez minutos antes de tener que hacer uso de mil pesos más para seguir jugando.

-La frutilla está dando – dijo mientras metía las monedas en la ranura de la máquina
-Pero solo da montos pequeños, de todas las tiradas que hemos hecho no pasamos nunca de los mil pesos en premios.
-Paciencia, estoy segura que nos dará un buen premio – y diciendo esto apretó el botón de inicio dando vueltas a la tómbola nuevamente
-Si yo fuera bonita haría lo mismo que usted hizo con su novia.
-¿De qué habla Margarita?
-Lo que oye, si fuera bonita le dejaría la nuca como puré de papas a mi marido.
-Eso lo entendí perfectamente, lo que no entiendo es que usted crea que no es bonita.
Me miró fijo a los ojos, interrogándome con ellos, queriendo saber si las palabras que había dicho habían sido provocadas por compasión o por otra cosa.
-Parece que no cree en las palabras que le digo Margarita.
-La verdad, no creo lo que acaba de decir Eduardo

Una línea de sandias detuvo la conversación ¿El premio? Diez mil pesos. La máquina comenzó a sonar con una música distinta a la que usualmente suena mientras con Margarita dábamos saltos de alegría alrededor de la tragamonedas. Antes que decidiera por ambos seguir apostando, me acerqué hasta la máquina y presioné el botón de cobrar, el sonido de las monedas cayendo una tras otra en cascada me produjo una sensación de alegría, pude entender porque tanta gente dedica horas a jugar en las tragamonedas y el hecho de que lleguen a perder altas sumas en muchas ocasiones.

Mientras las monedas seguían cayendo y estando nosotros aún en estado de frenesí, nos tomamos de las manos mientras saltábamos felicitándonos por nuestra buena suerte, y casi sin darnos cuenta, estábamos abrazados, besándonos y acariciándonos lascivamente. Mi mano derecha perdida entre sus piernas sin dejar de sostenerla por la cintura con la mano izquierda. Ella estaba tan caliente como yo, podía sentirlo por como palpitaba su corazón presionado contra el mío.
Besé su boca con devoción, jugando primero con sus labios, rozándolos con los míos para provocar que abriera su boca, entonces, cuando ella abría la boca esperando que metiera mi lengua en ella en busca de la suya, hacía que la cerrara presionando mi barbilla contra la suya para luego seguir provocándola  como al principio. El juego le divertía, seguimos besándonos entre risas, caricias y roces con la molesta música de las maquinas que aún estaban prendidas de fondo.

-Tómame, tómame ahora, quiero saber que se siente estar con otro hombre- susurró Margarita en mis oídos, casi como una súplica.

Metí la mano dentro de sus ajustados jeans y la conduje a tirones hasta el sector de las maquinas pinball, con un movimiento suave pero firme de mi brazo la aprisioné contra la máquina y mientras ella se inclinaba hacia delante para poder continuar con otra exquisita sesión de besos con sus carnosos labios, yo metía mi cabeza entre sus tetas pasando mi lengua por sobre su tatuaje de conejita playboy

-¿Te gusta mi tatuaje?
-Me encanta- contesté casi jadeando y antes de que ella hiciera otra pregunta ya tenía mis manos sobre sus hermosas tetas, acariciándolas, apretándolas, chupando y besando sus pezones que eran una delicia. Tenía unos pezones pequeños, que por lo duro y rosados que estaban se asemejaban a una goma de borrar, esas que vienen incorporada en cierto modelo de lápices de carboncillo. Mientras pasaba mi lengua por sus senos, metí una mano dentro de su pantalón hasta llegar a su vagina, pasando por su peludo y húmedo pubis.
-Pero que mojada estás Margarita
-Para que veas como me tienes desde hace rato Eduardo

Rápidamente bajé pantalones y calzones de una vez, hasta dejarlos a la altura de sus pantorrillas, la tomé por la cintura y levantándola con cuidado logré sentarla en el borde de la pinball, ella tenía sus manos alrededor de mi cuello y no dejaba de susurrarme en el oído lo caliente que estaba. Me puse de rodillas frente a ella para poder desabrochar sus zapatillas mientras Margarita se recostaba apoyando su espalda en el vidrio de la máquina. Cuando logré desnudarla de la cintura hacia abajo y ponerme de pie para penetrarla, me di cuenta que ella estaba mordiéndose los dedos de una mano.

-¿Qué haces, porque te muerdes así?
-Disculpa, es que no quiero meter mucho ruido
-Pero Margarita, por si no te has dado cuenta estamos los dos completamente solos, el local está cerrado y además si alguien pasara por fuera no podría escuchar nada por el ruido de las máquinas que aún quedan encendidas.
-Es que de verdad, cuando estoy así como ahora grito mucho –Me dijo ruborizándose
-¿Así como ahora? – Pregunté
-Sí, así de caliente como estoy ahora
-Ahora con mayor razón te pido que no te muerdas los dedos. Quiero escuchar cada quejido, cada grito que salga de esa boca

Dicho esto tomé sus manos y las besé, ella por toda respuesta lanzó un profundo suspiro. Sin soltar sus manos en ningún momento bajé besándola palmo a palmo, desde sus pechos hasta su vagina, estaba tan mojada que su conchita brillaba con el reflejo de las luces. Comencé a pasar mi lengua por la parte interna de sus muslos, pasando de uno a otro evitando tocar su vagina, esto parecía gustarle, pues sus manos apretaban las mías cada vez que rozaba su conchita durante el cambio de pierna.

-Quiero que te abras de piernas lo que más puedas
-¿Así está bien? – contestó con una voz entrecortada, medio asmática, mientras apoyaba uno de sus pies en la esquina de la máquina y el otro en el costado del muro, dejando a plena vista su palpitante vagina.

Hundí mi lengua en esa masa de carne rosada, húmeda y palpitante que era su vagina,  ella clavaba sus uñas con fuerza sobre mis manos, que como grilletes, no dejaban de sujetarla con fuerza durante sus intentos de zafarse. Mi lengua iba y venía de arriba hacia abajo, provocándola, haciéndola estremecer.

-Para, por favor para que voy a acabar- me decía, sin dejar de quejarse, ufando como un animal agitado

Lejos de aplacar mis ganas de escucharla gozar,  sus “huyyyyyyyy”,  “Hayyyyyyyyyyy” y demases quejas  eran solo un aliciente para continuar con más ímpetu lo que ya había comenzado. Con la punta de mi lengua, haciendo movimientos rápidos, acariciaba su clítoris mientras ella contraía cada musculo de su cuerpo. Tuvo un orgasmo potente, pude sentir la fuerza de sus fluidos presionados contra mi lengua. Me puse de pie frente a ella y la abracé tiernamente, ambos estábamos sudorosos y extenuados, tanto así que la piel de nuestros cuerpos se pegaba al contacto.
Mientras nos abrazábamos, mi pene erecto rosaba su ombligo. Margarita lo comenzó a acariciar con ambas manos.

-Quiero hacerte acabar, haré lo que quieras para lograrlo– me dijo jadeando por el efecto del orgasmo recién recibido.
-¿Lo que quiera has dicho? – La tomé de un brazo haciéndola girar media vuelta, empujé su cabeza hacia abajo, obligándola a apoyar sus manos contra el vidrio de la máquina- Lo que quiero es metértelo por detrás hasta terminar dentro de ti.

La abrí de piernas empujando sus talones con mis pies y comencé a meter dos dedos dentro de su ano. Ella se mordía nuevamente los dedos de una mano, aparentemente era la primera vez que la penetraban analmente. Seguí jugando con mis dedos, untando de vez en cuando algo de saliva para facilitar la entrada, logre dilatarla tanto que podía meter tres dedos al mismo tiempo, entonces la penetré,  mi pene entró estrechamente en su ano provocándome profundo placer. Comencé a entrar y salir de su ano cada vez con más fuerza, pero manteniendo el ritmo lento que utilicé al principio para dilatarla. A cada sacudida, cuando tenía el miembro dentro suyo completamente, ella lanzaba un quejido que apagaba tapándose la boca con la mano.

-Quiero escucharte Margarita, quiero escucharte
-Es que me duele un poco
-¿Quieres que me detenga?
-No, si igual me está gustando – me contesto
-Bueno, entonces para que lo disfrutes aún más, quiero que te masturbes mientras te lo meto – y dicho esto comencé a dar estocadas cada vez más rápidas, entraba y salía dentro de ella a un ritmo frenético, tanto que ya dudaba si sus quejas eran de placer o dolor. Sin embargo ella seguía en la misma posición sin mostrar interés alguno por dejarla y obedientemente se acariciaba el clítoris con la yema de sus dedos mientras  yo seguía penetrándola cada vez con mayor intensidad.

Con mis manos apretaba sus tetas que colgaban rozando los pezones contra el vidrio de la máquina, mientras me inclinaba hacia delante curvando mi cuerpo sobre el de ella para poder penetrarla hasta el fondo.
Llegamos juntos al orgasmo, ambos temblando por el esfuerzo, entre gritos y quejidos. Pocas veces he tenido una sensación de placer tan intensa como aquella.
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Al día siguiente, durante la recaudación de las monedas, tuve que explicar a mi jefe como fue que se quebró el vidrio de una de las pinball. Mi jefe terminó descontándomelo del sueldo. ¿Margarita? No he sabido nada de ella desde aquella lujuriosa tarde y espero que vuelva antes que cambien las maquinas por otras más modernas pero incomodas para fornicar como es debido.